

Diego Calvo Peña
Diego es un rebelde de notas terribles. Repetidor que va de cabeza a una segunda ronda. Puede parecer simpático, pero recurre a la violencia más de lo que debería.
Ficha de alumno
Nombre: Diego
Apellidos: Calvo Peña
Año de ingreso en el centro: 2014
Edad: 16
Fecha de nacimiento: 01/08/02
Nombre del padre: Juan Carlos Calvo Castro
Profesión: Fontanero
Nombre de la madre: Luisa Peña Morales
Profesión: Desconocida
Número de hermanos: 0
Otros miembros del hogar familiar: 0
Datos médicos y/o psicológicos: Tiene ligero astigmatismo, aunque no usa gafas por no creerlo necesario.
Observaciones: Tiene tendencias violentas y es incapaz de acercarse a nadie sentimentalmente.
Historia
No culpé a mi madre cuando abandonó a mi padre. Cualquiera con dos dedos de frente habría visto que era infeliz y que el desgraciado era la causa de ello. Pero, ¿por qué no me llevó con ella? Tardé varios años en darme cuenta de que mi cara era un recordatorio de ese pasado del que huyó. ¿Cómo iba a rehacer su vida teniendo una carga como la mía? Era imposible. Así que no la culpo, aunque la odie.
He perdido la cuenta de las hostias que me ha dado estando borracho, de los días que fui al instituto sin desayunar por no quedar dinero y de las veces que me he tragado las lágrimas con una bola en la garganta solo por no escucharle reírse de mí y llamarme débil, entre otras cosas. Aprendí a esquivarlo, a esconder el dinero y a cambiarle la bebida por agua cuando no podía ni mantenerse en pie. Pero eso no hace que mi vida sea más agradable.
Estar con mis amigos no está mal, por lo menos. Con ellos puedo olvidarme de ese cabrón, desconectar y hablar de algún partido o de cualquier gilipollez. Al menos es así hasta que alguien viene a tocar los huevos, y es en esos momentos en los que tengo miedo de mí mismo. Me enfado muy deprisa y que no me calienten demasiado, porque no me importa sacar los puños y liarme a hostias. Y cuando eso pasa, me acuerdo de él. De sus bofetones, de sus zarandeos y empujones, gritándome por estar en medio o porque no queda más cerveza. Sé que no es lo mismo, que los imbéciles son imbéciles y se merecen cada golpe, pero… no quiero acabar como él. Creo que es lo único que me aterra, terminar siendo una copia de ese bastardo.
Ojalá poder huir como mi madre, dejarle ahí y que se pudra, pero aún no puedo. Y aunque pudiese, ¿cómo lo haría? Sin trabajo, sin un puto duro… La vida es un asco. «Habla con alguien», pensará alguien, como si fuese el puto Pepito Grillo aconsejando lo que hacer. No me da la gana. ¿Qué les importan mis asuntos a otros? ¿Qué les impide reírse de mí, quitarle importancia, hablar como si tuviesen la respuesta a todo diciendo lo que harían en mi lugar? Paso. La gente solo sabe hablar y no necesito palabras, necesito salir de ahí.
A veces fantaseo, aunque me avergüence decirlo. Pero me imagino cómo sería mi vida si viviese con una familia normal. Quizá me darían ganas de estudiar. Quién sabe, a lo mejor soy un genio en alguna asignatura y no tengo ni idea. O puede que tuviese pareja, yo que se. A lo mejor se habría despertado en mí ese sentimiento que llaman amor y ahora tendría una novia cariñosa y con unas tetas del tamaño de dos melones. Quizá tuviese mascota o viviese en una ciudad más lujosa. Es una lástima que al abrir los ojos todo siga estando igual de oscuro. A lo mejor lo que necesito es no tener que abrirlos nunca más…