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Nieves Fernández Pérez

Nieves es una chica cerrada y poco sociable. No es dada a abrirse a los demás y al igual que no le gusta que le cuenten su vida, ella no cuenta la suya.

Ficha de alumna

Nombre: Nieves

Apellidos: Fernández Pérez

Año de ingreso en el centro: 2015

Edad: 15

Fecha de nacimiento: 04/08/03

Nombre del padre: Desconocido
 

Profesión: Desconocida
 

Nombre de la madre: Rosa Pérez Millán
 

Profesión: Peluquera
 

Número de hermanos: 1 (Alicia, hermana pequeña)
 

Otros miembros del hogar familiar: 0

Datos médicos y/o psicológicos: Sufre una depresión (no tratada ni diagnosticada) que se manifiesta con pasotismo y apatía.

Observaciones: No estudia, pero atiende en clase porque no tiene nada mejor que hacer, así que las notas que saca son obra de haber retenido lo escuchado.

Historia

¿Hay alguna definición para el «cansancio de vivir»? Si la hay, también se convertiría en la definición de mi vida.

Nunca conocí a mi padre. Bueno, sí lo conocí, pero no lo recuerdo. Era casi un bebé cuando decidió abandonarnos vete tú a saber por qué. No culpo a mi madre por tirar todas sus fotos y negarse ni tan siquiera a recordarle.

Debería hablar de mí, de por qué me siento así, pero todo se reduce a ella. A sus malas decisiones, a su frustración y desesperación. Toda su vida se volcó sobre mí como un camión lleno de cemento, que a cada segundo se seca más y más, haciéndome más difícil el caminar hacia delante. ¿Qué diría mi profesora de lengua si me escuchase hablar así? Probablemente se enfadaría por sacarle solo un tres o se enfadaría por desviarme del tema o lo que sea. El caso es que se enfadaría, sí.

Pero volviendo a lo nuestro: mi madre decidió empezar a salir con un chico cuando cumplí los ocho años. Era un tío majo, de estos que te compran chuches y te sonríen, que tú piensas «vaya, sería todo un padrazo», pero que cuando te casas con ellos se convierten en unos déspotas manipuladores y tíos con la mano larga. Mi madre eso lo aprendió a base de bien, sí. Yo me libré de casi todos los golpes, ¿pero ella? Ella se los comía doblados. Yo era demasiado pequeña para entender bien la situación —porque mi madre terminaba dándole la razón incluso cuando no estaba presente—, pero sé que intentó denunciarle más de una vez.

Por suerte —¿por suerte?—, fue un cabrón al que el dinero le podía más que la violencia, así que cuando mi madre se quedó embarazada, decidió divorciarse, quedarse con la mitad de nuestras pertenencias y desaparecer, obligándonos a cambiar de casa —y de ciudad—. Podríais pensar que se le obligó a pagar una manutención, pero ¿de verdad pensáis que ese tipo tenía un pelo de tonto? Claro que no. Con mi madre deseando quitársele de encima y él dispuesto a luchar por desentenderse del todo, ella ni pestañeó a la hora de darle lo que deseaba.

¿Y sabéis qué? Todo esto la cambió por completo. Normal, ¿no? Pasó de ser una mujer positiva, sonriente y que hacía lo imposible por hacerme feliz a ser la madre soltera de dos niñas cuyos padres la habían abandonado. Y se refugió en su trabajo. Literalmente había días en los que no sabía nada de ella porque se iba muy temprano y llegaba muy tarde. ¿Y qué pasa con Alicia? —mi hermana—. Pues me señalo a mí misma: ¡tadá! Sí, me tocaba a mí cuidar de ella, faltando al colegio por ser una «niña enfermiza». Yo sé que tarde o temprano los servicios sociales pondrían cartas en el asunto y aún no sé si ese era realmente su objetivo, pero… La madre de César apareció. Y me salvó. A mí y a Alicia, claro.

Los gritos y llantos terminaron alarmándola, llamó a mi puerta una mañana y yo, pensando que se quejaría del ruido abrí pidiendo perdón. Y ella se mostró tan simpática… serena, comprensiva. Me recordó tanto a cómo era antes mi madre que acabé llorando y contándole todo sobre mí. O bueno, sobre mi madre. Y ella me escuchó y tranquilizó. No solo eso, cuidó de Alicia para que yo pudiese ir al colegio e incluso me invitó a comer o merendar.

No sé de qué hablaron ella y mi madre el día en el que coincidieron, pero sé que yo continué yendo a su casa, dejando atrás el sufrimiento de cuidar de un bebé por mi cuenta, —algo que no sé cómo no terminó en tragedia—, y que cuidaron de Alicia como se debía. Y por eso quiero a la madre de César como si fuese de mi familia. Siento que con ella puedo hablar, puedo ser yo… pero no es suficiente. Porque ella no es mi madre. César no es mi hermano tampoco y yo no soy más que una infiltrada. Lo sé porque cada vez me paso menos, cada vez hablamos menos, cada vez me siento más lejos. Y realmente no hay sensación que me duela más que sentir que me alejo de la que para mí, es mi familia.

© 2023 by Gini-Gini
Los nombres y lugares son inventados. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
No recomendada a menores de 15 años.

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