

Sandra Peña Ruiz
Sandra es callada, reservada y poco sociable. Su gusto por las artes místicas y ocultas suele alejar a aquellos que intentan hacerse amigo suyo.
Ficha de alumna
Nombre: Sandra
Apellidos: Peña Ruíz
Año de ingreso en el centro: 2014
Edad: 16
Fecha de nacimiento: 30/09/02
Nombre del padre: José Miguel Peña de los Rios
Profesión: Empresario
Nombre de la madre: Famara Ruíz Martínez
Profesión: Secretaria
Número de hermanos: 0
Otros miembros del hogar familiar: Abuela materna (Luisa Martínez de Sousa)
Datos médicos y/o psicológicos: Tiene miopía.
Observaciones: Es extremadamente introvertida.
Le gusta leer, sobre todo cosas esotéricas y de ocultismo. Cree que es una bruja, igual que su abuela. En el fondo se siente culpable por la muerte de sus padres, aunque jamás lo admitirá.
Historia
Odio a los humanos. Seres inferiores y mediocres que creen tener el dominio de todo. Usan sus palabras y actos como armas y no dudan en usarlas para destruir todo lo que pillan a su paso. Son seres despreciables que no merecen vivir, ¡los odio!
Yo soy una bruja, igual que mi abuela. Somos hijas de Louhi y terminamos en este mundo por error. ¿Que cómo lo sé? Porque las dos podemos usar la magia. Mi madre no lo heredó de mi abuela, ella fue una humana más. Otro ser inferior más.
Mis padres —aunque para mí son progenitores—, me tuvieron en un error, a veces me lo decían. Yo les quitaba su tiempo cuando estaban en casa y cuando no, causaba problemas que al final los llevaba a perder aún más de ese tiempo suyo. Un día me bebí algo que no debía, no sé si lavavajillas, lejía o qué y acabé en el hospital ingresada. Se dieron cuenta de que no era buena idea dejarme sola, así que me dejaron a cargo de mi abuela cuando ellos no estuviesen en casa.
Y ahí fue cuando aprendí quién era en realidad.
Mi progenitor siempre discutía con su mujer porque según él, mi abuela estaba loca. Todo por hacer pociones y hablar de magia, algo de lo más real. Ella siempre se excusaba diciendo que nadie más me cuidaría a menos que pagasen a alguien y entonces él dejaba de discutir. Se dice que el verdadero dueño de los humanos es el dinero y tienen toda la razón.
Mi abuela sabía que peleaban, pero nunca le dio importancia. No escuchaba las palabras vacías de los humanos y eso es algo que siempre he admirado de ella; yo los odio tanto que soy incapaz de ignorarlo.
Mi abuela —la Louhi Luisa, que no se os olvide ese nombre—, escondía sus libros de hechizos en el ático. Me dijo que algún día me dejaría leerlos y me explicaría su poder, pero no podía esperar, así que cuando dormía, subía y leía a escondidas los hechizos. Nunca funcionaron por mucho que los invoqué, pero seguí leyendo e intentándolo: soy una bruja, al fin y al cabo, tarde o temprano se manifestarían mis poderes, fue lo que pensé.
Mientras tanto, cuando no estaba con mi abuela, tenía que soportar al resto de humanos: mis progenitores, siempre peleando y discutiendo, deseando que sus empresas los mandasen a un nuevo viaje de negocios para no tener que verse. Y en clase, los inútiles de mis compañeros, completamente ajenos a la magia, irritantes y chillones, incapaces de mantenerse quietos y callados. El único de ellos que llama en algo mi atención es Iván: él puede sentirlo. Sabe que soy una bruja de verdad, que no miento y eso me gusta. Que sepa dónde está su límite y que me mire con miedo… es la mejor de las sensaciones.
En cuanto a mis poderes como bruja, despertaron un día en el que discutí fuertemente con mis progenitores. Me gritaron por las notas, incluso tuvieron la osadía de pegarme cuando les dije que no me importaba. Y yo corrí hacia el ático de mi abuela, saqué mi libro de hechizos favorito y recité un conjuro para ser feliz. Lo repetí tres veces en caso de que las lágrimas —de odio, por supuesto—, se interpusieran… y la semana siguiente nos notificaron que el avión en el que ambos viajaban por negocios, se había estrellado. Ambos murieron en ese vuelo, cumpliendo mi deseo de ser feliz: podría vivir con mi abuela para siempre.
Mi abuela no me creyó, dijo que los hechizos son para hacer el bien, pero yo sé que aquello ocurrió por un bien mayor: mi felicidad. La felicidad de una hija de Louhi. Poco después, mi abuela me regaló el libro y desde entonces no me he separado de él.
A veces sueño con mis progenitores. Me gritan, me señalan, me culpan por lo ocurrido, pero no le doy muchas vueltas. Estoy aprendiendo a ignorar a los humanos.
Porque ellos no están a la altura de los hijos de Louhi.