

Paula Quesada Martínez
Paula es una chica tímida a la que le gustaría llevarse bien con todos. Sin embargo, debido al dinero de su familia, suelen tildarla de pija, cohibiéndola a que intente hacerse amiga de los demás.
Ficha de alumna
Nombre: Paula
Apellidos: Quesada Martínez
Año de ingreso en el centro: 2017
Edad: 15
Fecha de nacimiento: 23/03/03
Nombre del padre: José María Quesada Formentera
Profesión: Policía
Nombre de la madre: Vanesa Martínez Villalobos
Profesión: Dueña de la cadena de tiendas de ropa "AngelMort"
Número de hermanos: 2 (Un hermano mayor llamado Sergio y uno pequeño llamado Adrián)
Otros miembros del hogar familiar: Un perro llamado Kyle y una gata llamada Devie
Datos médicos y/o psicológicos: A parte de un poco de ansiedad, nada a destacar.
Observaciones: Sus verdaderos amigos están fuera del instituto, así que aunque le genere ansiedad no poder acercarse a sus compañeros de clase, al menos no está sola.
Le gusta la jardinería, cuidar de sus animales, leer libros y jugar a que es mayor y lleva una gran empresa.
Sabe defensa personal.
Historia
Ser una persona tímida es horrible. Sí, creo que así podría resumir todo lo concerniente a mi vida, como una amalgama de sucesos claros que se ven alterados por mi propia percepción.
Lo que para otras personas es una clara invitación a unirse a una conversación, para mí es molestia disfrazada de amabilidad. Una sonrisa es solo el semblante neutral de una persona que no quiere hacer sentir mal a otra y, en definitiva, las palabras que me brindan son pura cortesía. Aunque en el fondo sé que esa manera de pensar no forma parte de la realidad, es un constante alarido que me impide hacer algo tan sencillo como dar los buenos días o comentar con alguien una película de estreno. Timidez, lo llaman. Quizá es una forma bonita de decorar lo que yo creo que es ansiedad social.
Pero tampoco lo sé, porque nunca he tratado este asunto con nadie.
Mi familia es lo que yo llamaría «de alma inquieta», incapaz de instalarse en un lugar durante un periodo más largo que el de dos o tres años. Y aunque nunca nos mudamos más allá de Madrid, hemos recorrido poblaciones de todo el radio. Según mi madre es «por no aburrirse» y según mi padre «por no ser el lugar adecuado para echar raíces». Y aunque ellos no tienen ningún problema con sus respectivos trabajos —mi padre es policía en el centro y mi madre es la dueña de la cadena de ropa más famosa del momento—, a mí me toca cambiar de centro educativo y de círculo de amigos en cada ocasión.
Si mi timidez está relacionada con este cambio tan habitual de domicilio es algo que no sé, pero que me pasa factura en cada ocasión con la misma intensidad es algo certero. Tengo la suerte, lo sé, de formar parte de un club del que mis padres jamás se desapuntarían. Un club exclusivo para gente de bien, lleno de actividades y de jóvenes que vive más o menos las mismas desavenencias que yo. Allí conocí a Alicia, mi mejor amiga y a Alex, mi actual novio: mis mayores apoyos. Sin ellos jamás podría soportar tanto cambio y, sobre todo, tanta soledad. Bien es cierto que no puedo verles todos los días, pero no hay sábado o domingo en el que no nos encontremos. Y esos encuentros, aunque consten de tan solo cuatro o cinco horas semanales, son lo que necesito para recargar mis energías y dedicarme otra semana más a la aventura llamada instituto.
Y es que siempre me encuentro sola. Me da pánico acercarme a alguno de mis compañeros y que me rechace, que me traten como a un bicho raro como hace Lucas, por ejemplo, que con dos palabras derriba por completo la poca confianza que logro sacar a la superficie. Para él es suficiente decir “niña rica”, que uno o dos le rían la gracia y pensar que al igual que él, los demás están en la misma tesitura.
Mis padres, a pesar de poder permitirse las escuelas más prestigiosas, tienen la creencia de que los centros públicos son mucho mejores tanto en la educación estudiantil como en la de la vida real. Y sinceramente, si mi vida va a ser como en estos sitios… no sé qué será de mí en el futuro. ¡Pero no me rindo a pesar de todo! Sé que puedo lograr hacer alguna amiga, que puedo llevarla a mi club y que no se sienta abrumada o fuera de lugar. Sé que haré una amiga que esté a mi lado por cómo soy y no por el dinero.
¿Por qué me fijé en Elena? Porque fue la primera en acercarse a mí cuando llegué nueva. Quizá sea un motivo sin fundamento, pero me alegró el resto del día que interrumpiese mi lectura un recreo para preguntarme si quería unirme a ellos. Me hubiese encantado aceptar, pero me abrumó demasiado ver a ocho personas de mi clase hablando animadamente, en confianza. ¿Qué iba a hacer yo? Lo único que aportaría sería mi silencio. Incomodaría a mis compañeros y mataría el ambiente, así que me negué en un hilo de voz y fingí adentrarme de nuevo en la historia que leía, mientras en secreto observaba a esos ocho jóvenes comportarse como los personajes adolescentes de cualquiera de mis novelas. «Ojalá ser parte de eso. Ojalá serlo sabiendo que realmente disfrutan de mi compañía», pensé y sigo pensando.
Es difícil, muy difícil para mí superar mis propias barreras, dejar de ver el lado negativo de las cosas y disfrutar del momento o de quienes me rodean sin caer en el abismo del «y si». ¿Y si en realidad no les caigo bien? ¿Y si se ríen a mis espaldas? ¿Y si buscan aprovecharse de mí? Pero lo daré todo de mí para dar el paso, para avanzar y comprobar que mis demonios son solo eso, seres de mi cabeza que buscan hacerme daño cuando no hay motivo sólido para ello.